Antonio Rodríguez

En México han escrito o dictado libros y artículos David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Fernando Leal, Rodríguez Lozano, Carlos Mérida, Agustín Lazo y José Moreno Villa, español trasterrado de quien no sabría decir si fue escritor que pintó o pintor que escribió libros, uno de ellos tan excelente como Lo mexicano en las artes plásticas.

Lo poco común es que un artista ejerza simultáneamente la pintura y la crítica de arte. Crespo de la Serna y Ceferino Palencia sistematizaron el ejercicio de la crítica después de abandonar la práctica de la pintura, Justino Fernández dibujó mucho, pero fue sobre todo como investigador de las artes, crítico y esteta que se realizó.

Leticia Ocharán es, en nuestro medio, el caso excepcional de una artista que se dedica sistemáticamente a la crítica, sin pensar que ninguna de estas manifestaciones del espíritu se oponga a las otras, considerando, al contrario, que la crítica de la obra ajena lo obliga a uno a ser más exigente con la suya propia.

En efecto, y como se sabe, Leticia Ocharán ha escrito en numerosos periódicos y revistas, y mantiene una colaboración continua, desde hace poco más de cuatro años, en una publicación de la capital. La crítica es seguramente en ella la prolongación de los estudios sobre estética que cursó en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional Autónoma de México, y de la enseñanza que imparte en instituciones docentes del país.

A esa cultura teórica, aliada a sus propios conocimientos como artista, se deben algunos magníficos ensayos sobre Picasso, Rodríguez Lozano, Benito Messeguer, Aurora Reyes y otros que le conocemos. Pero Leticia Ocharán es, ante todo, pintora y grabadora, y es en esta calidad que se presenta, desde 1968, en numerosas galerías y museos de México y otros países: Turquía, Bulgaria, Polonia, Inglaterra, Mónaco, Brasil, Uruguay, Puerto Rico, El Salvador y los Estados Unidos.

Fue en calidad de pintora que el Consejo Editorial del Gobierno del Estado de Tabasco -su estado natal- le consagró en 1980 un libro con 20 reproducciones, a todo color, de su nueva producción artística.

Debemos comenzar por decir lo que resulta obvio: que la obra reproducida en este libro, así como la mayor parte de la producción artística de Leticia Ocharán, distan mucho de ser la reproducción objetiva de la realidad, tal como ciertos naturalistas sin imaginación lo hicieron durante mucho tiempo, y algunos lo siguen haciendo.

En cierto modo es abstracta, pero sin el dogmastismo de las más estrictas tendencias del abstraccionismo, para las cuales "el arte abstracto es el que descarta toda referencia o evocación de la realidad". De acuerdo con este criterio, el empleo del verde es una alusión o encadenamiento de la naturaleza, por lo cual sólo se llega a un verdadero abstraccionismo cuando Malevich, el creador del suprematismo, pinta su famoso Cuadrado blanco sobre un fondo blanco.

Leticia Ocharán es pintora abstracta en el sentido en que suprime la anécdota, hace tabla rasa del relato y deja a la pintura como tal el papel decisivo en su obra; es abstracta como todo arte imaginativo lo es, pues abastrae de la realidad que nos envuelve todo lo innecesario para su creación artística; pero no faltan en sus cuadros ni en sus grabados alusiones a la mitología maya, al paisaje (por supuesto reinventado) de La Venta, a ciertos aspectos de la naturaleza y, sobre todo, a Eros.

Uno de los libros en los que colaboró con el poeta Roberto López Moreno, su esposo, se llama, precisamente, Trece tiempos de Eros. Pero el erotismo que ella desarrolla, tanto en su obra pictórica como gráfica, es un erotismo sutil -sensorial y a la vez racional-, totalmente ajeno a ese erotismo fácil y obvio que casi siempre está a un milímetro de la pornografía.

En este sentido, es una obra de sugerencias, en la cual algunos detalles del cuerpo humano, sabiamente magnificados, se transmutan en metáforas que la imaginación y la sensibilidad del contemplador descifran y recrean; porque su arte se destina, precisamente, a estimular la imaginación de espectadores activos.

Líneas que se deslizan voluptuosamente por el papel (se trata, claro está, de grabados); luces que al destacarse forman frutos; múltiples y enmarañados trazos que devienen vegetación carnal; conchas que se abren ante la aurora; confluencias, en un punto, de polos cargados de energía: algo como un temblor de tierra en sus convulsiones sísmicas. Todo eso conforma una parte del erotismo poético de la artista.

Ya con esto estamos diciendo que su obra abstracta -colores, líneas, oposición de contrarios, fuerzas en equilibrio, texturas, trazos que provocan rompimiento, rasgaduras- se refieren con frecuencia a realidades palpables, visibles: senos, vientres, pubis, sugerencia de contactos y orgasmos, pero, permítase el término, abstractizadas.

No sólo rompe Leticia su nada dogmático abstraccionismo cuando coloca frente a frente a Dos cuerpos humanos; pinta, con sentido de deber social, la contaminación que destruye la ecología y mata físicamente al hombre. A la vez, asume una postura política y social cuando su conciencia lo indica. Lo hizo, por ejemplo, al pintar y exhibir el cuadro Requiem por la caída de Allende, poniendo de manifiesto su indignación por la derrota de la democracia en Chile.

Por supuesto, no queremos liberar a la artista del pecado de la abstracción. En el arte de nuestro siglo ya no hay pecados, ni cuentan las maldiciones. Sólo la falta de imaginación y de poesía es verdadero pecado. Y de ambos -imaginación y poesía- está poblada toda la obra de la pintora. Únicamente hemos querido señalar la peculiaridad de un arte que, ajeno a todos los dogmas, se ha preocupado fundamentalmente por los valores formales de la obra, sin considerar que incurre en un crimen de la estética al evocar aquí y allá un aspecto de la vida, al transmutar una forma de la naturaleza en metáfora o en utilizar el lenguaje del arte para entonar un himno a la libertad.

El mural que Leticia Ocharán realizó para el museo de sitio de La Venta reafirma, si hubiera necesidad de ello, lo que en el texto de este libro se ha dicho acerca de las dotes de la artista como dibujante y pintora, tanto de cuadros de caballete como de obras murales de grandes dimensiones.

Obligada a circunscribirse al espacio que en el referido museo se dedicó a tal fin -200 X 670 cm-, la artista tuvo, en primer lugar, que dividir la superficie longitudinal del cuadro-mural en tres espacios pictóricos, a fin de que ópticamente pareciera menos angosto de lo que en realidad es.

Venciendo de esta manera el espacio real de que disponía en un verdadero reto, representó la pintura el sitio geográfico donde se desarrolló el núcleo central de la cultura olmeca, en un inmenso entorno vegetal pleno de luz y vida.

Artista que, respondiendo a la tradición de los viejos muralistas, que estudiaban, a la vez, la arqueología y la mitología de los pueblos que interpretaban plásticamente, Leticia Ocharán representó, en un jaguar de fuego y en una libérrima interpretación de una serpiente que vuela, la lucha de las fuerzas terrenales y divinas que el hombre, con su poderosa imaginación, creó para explicarse a sí mismo el mundo que lo rodea.

El trasplante, altamente creativo, de la escultura pétrea, del sutil dibujo de las estelas o del animado mosaico de los pisos en este grandioso fresco (pintado con acrílicos) es una expresión elocuente de las facultades de Leticia Ocharán, como pintora que es tan capaz de crear arte al jugar con la luz y los colores, como de hacerlo al transmutar la realidad, sin traicionarla, hacia el dominio de la más libre fantasía.

(fragmento)
LETICIA OCHARÁN ABSTRACCIÓN Y SUGERENCIA DE LO REAL
ICT Ediciones
Gobierno del Estado de Tabasco
1990

Obra Leticia Ocharán